En la extraordinaria tragicomedia de Fernando de Rojas, cuando Celestina le propone a Sempronio que le solicite a su amo la reposición de sus armas, éste le contesta: “…caro le costaría este negocio. Contentémonos con lo razonable, no lo perdamos todo por querer más de la razón, que quien mucho abarca poco suele apretar”. La última frase, bastante popular, por cierto, no hace otra cosa que reconocer la necesidad de priorizar y focalizar nuestros esfuerzos para alcanzar resultados positivos en cualquier negocio.
Al admitir que no podemos ser todólogos ni sabelotodos, recurrimos a la especialización. Este simple razonamiento adquiere particular importancia en el mundo empresarial, donde una visión sistémica y estratégica del negocio obliga a identificar y diferenciar las actividades esenciales y complementarias de un proceso productivo. La especialización del trabajo permite la asignación de las diferentes tareas y de sus actividades derivadas o conexas a diferentes personas u organizaciones atendiendo a su experiencia, habilidades y recursos.
Si debo dar un buen mantenimiento a mis instalaciones, por ejemplo, tengo dos opciones: invierto tiempo y recursos en mi empresa para contratar, capacitar y dotar de herramientas a un grupo de trabajadores en materias tan disímbolas como carpintería, electricidad, plomería y albañilería o busco a un tercero que me provea esos servicios regularmente, el tema se reduce a la clásica decisión entre hágalo usted mismo o contrate a quien se lo haga.
Es así como la planeación estratégica empresarial utiliza la herramienta de outsourcing de proceso de negocios (BPO), por sus siglas en inglés Business Process Outsourcing para organizar la subcontratación o externalización para ciertas áreas o actividades no distintivas de una empresa mediante un proveedor o proveedores especializados que aportarán conocimiento y personal calificado.
La subcontratación laboral es una figura utilizada y reconocida en todo el mundo como una alternativa que permite atender tres necesidades fundamentales: contar con estructuras de servicio muy dinámicas y adaptables a los entornos cambiantes, disponer de recursos y tecnología especializados y de última generación a costos razonables y predecibles, así como mejorar la calidad y eficiencia en los procesos de manera integral.
De esta forma, una empresa, habiendo identificado sus procesos esenciales y distintivos, sus procesos críticos, pero no distintivos y sus procesos no críticos ni distintivos, puede organizarse funcional y eficientemente para optimizar sus resultados.
Es por ello que observamos con mayor frecuencia que, en la medida en que una empresa crece y se sofistica, busca encomendar cada vez más tareas, de ciertas áreas, a un tercero y a su personal calificado.
El carácter de especializado no se puede determinar a priori y no depende tanto del prestador como del contratante. Atendiendo a sus características específicas, una empresa puede ubicar las áreas o actividades críticas, pero no distintivas que requieren de un manejo experto, tales como: sistemas contables y financieros, mercadotecnia, administración de talento y recursos humanos, transporte y distribución, seguridad industrial, ventas o telecomunicaciones, y también actividades secundarias como: relaciones públicas y eventos, prensa y redes sociales, comedores, limpieza, jardinería o vigilancia.
¿Las ventajas? Sin duda es una herramienta que puede hacer la diferencia en términos de subsistencia del negocio al brindarle flexibilidad, certidumbre y competitividad. Le permite, entre otras cosas, focalizar su actividad e inversión en lo que resulta esencial y estratégico, ahorrar gastos asociados a infraestructura, transformar costos fijos en variables, liberar recursos para la innovación, incrementar la calidad y la productividad y centrar la capacitación y desarrollo de su personal en su actividad preponderante.
Estas ventajas resultan aún más decisivas cuando estamos hablando de micro y pequeñas empresas, y en el caso de México este tipo de empresas mueven nuestra economía. En nuestro país existen alrededor de 4.2 millones de mipymes que contribuyen con alrededor del 52% al PIB y generan aproximadamente el 70% del empleo formal, de éste, más de 4 millones de empleos son subcontratados.
El 15% del total de personas ocupadas en México se encuentran bajo esta modalidad y abarcan diferentes industrias como turismo, restaurantero, electrónico, financiero, aeronáutico y automotriz, entre otros. En el sector salud, por ejemplo, se ubica el 64% de las mujeres que trabajan por outsourcing.
Según revela un estudio realizado por Staffing Industry Analysts, México ocupa el quinto lugar en la industria de la subcontratación en América Latina con un valor en el mercado de más de mil 400 millones de dólares anuales.
Por su importancia, no estimo recomendable prohibir esta figura, cualquier medida regulatoria debe ir encaminada a empoderar y proteger a las y los trabajadores para evitar que sean víctimas de abuso y simulaciones a través de la tercerización o subcontratación, pero sin evitar que se aprovechen sus bondades ni pretender simplemente generar mayores ingresos tributarios.
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